La plaza de toros se encuentra situada junto al recinto ferial, o mejor, la feria se extiende como una alfombra a los pies de la plaza. Los aficionados habituales saben que en tardes de toros es mejor llegar a la plaza a pie o utilizando el transporte público. Los que deciden ir en sus propios vehículos se arriesgan a rodar y rodar mucho tiempo en busca de un buen sitio donde dejarlo aparcado. No es difícil ver como todas las zonas próximas a la plaza se llena de vehículos sin que quede prácticamente ninguna plaza libre. Los osados tientan a la suerte, dejan el vehículo estacionado en cualquier lugar y rezan para que la grúa se averíe o, por lo menos, decida trabajar en otro lugar.
La plaza de toros tiene alrededor un recinto cerrado, controlado por vigilantes jurados, donde solo se permite la entrada de vehículos autorizados (urgencias, médicos, autoridades, etc. etc.).
Una tarde de toros la grúa entró en dicho recinto y empezó a llevarse los vehículos que no tenían autorización, o al menos, que no la exhibían, entre ellos, el de un picador, el del padre de Morante, el del apoderado de El Cid, el del presidente de la corrida.
No se como se las apañaron todos ellos para retirar sus respectivos vehículos del depósito municipal, excepto el picador quien, vestido de picador, aunque sin la pica, se desplazó a retirarlo al cuartelillo. Obviamente, al buen señor le hizo maldita la gracia y no escatimó en protestas. Una situación bastante cómica para cualquier observador, menos para el picador, quien terminó la faena paseando palmito en busca del coche perdido.
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