Era una fría mañana de invierno. Como cada día, dos agentes, ambos motoristas de tráfico, fueron comisionados para revisar el funcionamiento correcto de todos los grupos semafóricos de la ciudad. La revisión se realizaba siguiendo un itinerario preestablecido, de forma que no quedara sin verificación ninguno de los semáforos. La tarea comenzaba temprano, muy temprano, a fin de que las deficiencias que se hubieran observado pudieran ser trasladadas a la empresa encargada del mantenimiento a primera hora.
Debían ser, por tanto, las seis y media de la mañana cuando los agentes, que ya llevaban algún tiempo cumpliendo su trabajo, llegaron a un tramo de carretera donde se ubicaba un poste semafórico de precaución, (ámbar intermitente de preseñalización de intersección). En plena calzada a la altura del semáforo observaron un vehículo turismo detenido, algo que les llamó la atención, dado que el conductor de dicho vehículo no tenía ninguna obligación de detenerse ante dicho semáforo y no parecía que hubiera ninguna otra razón que le hubiera obligado a detenerse, a no ser que el vehículo se hubiera averiado.
Los agentes se detuvieron junto al vehículo y se dispusieron a comprobar que era lo que le ocurría al conductor para, en su caso, ayudarle a continuar la marcha. Al acercarse a la ventanilla, el conductor, al observar la presencia de los agentes y antes de que éstos pudieran preguntarle, se llevó un dedo sobre los labios y les dice:
- Sssshhhhhiiiiiiisssss……….sssshhhhhiiiiiiisssss………… esto tiene que ser algo de la Guardia Civil, porque el coche me ha hecho un “crucigrama” muy raro y se me ha parado aquí delante de estas luces amarillas que han puesto.
Al mismo tiempo, el acompañante del conductor, que se encontraba sentado en el asiento delantero derecho, aprovechando la atención que los agentes estaban brindando al conductor, abrió la puerta, se bajó a toda velocidad y salió corriendo como alma que lleva el diablo en dirección hacía una de las urbanizaciones colindantes.
Los agentes se dan cuenta que el conductor del vehículo tenía una borrachera de campeonato, un pedo impresionante, los signos eran mas que evidentes, por lo que proceden a retirar el vehículo y apartarlo de la corriente circulatoria, para evitar que pudiera producirse algún accidente y deciden someter al conductor a una prueba de alcoholemia.
A través de la central solicitan un patrullero para trasladar al conductor hasta Jefatura, donde se realizarían las pruebas. Durante el tiempo de espera del patrullero, el conductor insistía, de forma cansina, en el “crucigrama tan raro” que le había hecho el vehículo. En un momento determinado el conductor decidió cambiar su discurso y optó por decir que el coche le había hecho “la moviola” y con este argumento se mantuvo hasta el final.
El acompañante huido debió sentir remordimientos de conciencia y unos minutos mas tarde volvió al lugar de los hechos, seguramente con la intención de “entregarse”. El conductor al verlo aparecer le dice:
-Tranquilo compadre, ¿no ves que son compañeros?. Que yo he servido en artillería.
El conductor aclaró que su acompañante era su cuñado que había venido de Francia a pasar unos días y “¿quién no se toma cuatro copas con su cuñado cuando lleva tanto tiempo sin verlo?.
-Pero eso sí “yo os juro que han sido cuatro copas nada mas“.
Lo de las cuatro copas lo repitió insistentemente hasta que fue trasladado a Jefatura para someterse a las pruebas.
Una vez en la Jefatura se le hizo soplar (en el antiguo alcoholímetro, ese que daba el valor de la medida en sangre y no en aire espirado, ¡cuánto ha llovido!) y dio un resultado de 3.5 gramos de alcohol por litro de sangre.
El conductor al ver el resultado en la pantalla del alcoholímetro, no se le ocurrió otra que decir:
-Para que veáis que yo soy una persona legal, ese cacharro está mal, os dije que han sido cuatro copas las que me he tomado y cuatro copas han sido, no tres y media como dice eso.
(Hecho real)
(Hecho real)
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Real como la vida misma
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