14/5/07

Denuncias a policías.



Edición Nº 270.


Miguel Martínez

¿ ALGUNO de ustedes se ha acercado alguna vez a un policía a preguntarle una dirección y éste la ha emprendido a porrazos con usted? ¿Se le ha aproximado alguna vez un miembro de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y, sin mediar palabra, se ha liado a bofetones y puntapiés con usted, así por las buenas? Incluso alguno de ustedes, probablemente, se habrá hecho de rogar ante el policía que le pide su documentación -cuando luego le enseña sin remilgos el DNI a la cajera de Carrefour- sin obtener más perjuicio que la insistencia de éste, quien como mucho le advertirá que la ley le obliga a usted a mostrárselo y que, de no hacerlo, se le puede complicar la existencia más de lo que la circunstancia por la que se le pide identificación requería en un principio.

Cualquiera de mis queridos reincidentes pertenecientes a esa mayoría de población respetuosa con las leyes pasará por esta vida sin haber tenido jamás enfrentamiento alguno con la policía, por mucho que en alguna ocasión exprese usted sus protestas –y quizás algún que otro comentario irónico- tras recibir una multa que usted considera a todas luces rigurosa.

Dicho esto, se puede concluir que en general la policía suele actuar correctamente, si bien como en todos los colectivos puede existir –de hecho existen y así lo refrenda alguna que otra sentencia judicial- alguna oveja negra que tiñe de oscuro el proceder del resto, los cuales son los primeros interesados en apartar a esos indeseables elementos de su profesión. Atrás quedaron aquellos años en que los delincuentes confesaban a golpe de porra o de otras cosas peores, en parte porque el ordenamiento jurídico y los propios responsables policiales han previsto mecanismos para evitar estas situaciones, y en parte porque la propia policía ha evolucionado hasta convertirse en otro más de los garantes de los derechos y de las libertades, incluyendo hasta los derechos y las libertades de aquellos que no respeten los de los demás.

Y en éstas, aparece en los medios de comunicación un vídeo en el que cuatro agentes de la Policía Autonómica de Cataluña reducen a la fuerza a un detenido, y en el que a alguno de ellos más que írsele la mano se le va la pierna y propina un par de puntapiés al individuo en una forma, más que expeditiva, de colaborar con sus compañeros en la inmovilización del sujeto.

Visionando la grabación, aparece un detenido desafiante, encarado a los policías que pretenden proceder a su registro previo a su ingreso en los calabozos, que gesticula bravucona y airadamente mientras se despoja de la cazadora, y sobre el que –como diría Cruyff- en un momento dado, todos se abalanzan instantánea y simultáneamente y lo hacen caer al suelo, desde luego con más eficacia que delicadeza, empleando más fuerza de la que a los espectadores –que no conocemos qué ha pasado ni las circunstancias en las que se desarrolló la detención- podríamos considerar como la mínima imprescindible.

Y si un servidor se pregunta qué llevó a cuatro policías a saltar como resortes sobre el detenido, todos al unísono, no encuentra otra respuesta que la de que éste llevase a cabo algún gesto sospechoso –en el momento en que saltan sobre él la silueta de uno de los policías tapa la imagen del detenido- como llevarse la mano al bolsillo con intención de extraer algún objeto con el que lesionarse –actitud más común de lo que la gente cree- o lesionarlos a ellos, o levantar la mano a alguno de los agentes que se hallaban más cerca, o vayan ustedes a saber qué, pero mucho se teme un servidor que la mayoría de los que hayan visionado la filmación no hayan querido ver más que una injustificada paliza a un pobre ciudadano, como si el que más o el que menos, cada vez que hubiese tomado contacto con un policía, hubiese salido como el gallo de morón. Porque no olvidemos que la realidad es muy distinta: según datos del Director General de la Policía de la Generalitat de Cataluña, sólo en el 0.1 por ciento de las denuncias por malos tratos formuladas contra la policía catalana –datos perfectamente extrapolables al resto de cuerpos y fuerzas de seguridad pública- los tribunales acaban dando la razón a los denunciantes y condenando a los policías. O sea que la justicia ha considerado inocentes a los policías denunciados por malos tratos en el 99.9 por cien de los casos. Siendo esto así, no debiéramos olvidar que la presunción de inocencia es también de aplicación incluso a esos policías del vídeo, y quizás debiera plantearse la conveniencia de que la Administración promueva procedimientos por denuncia falsa de manera sistemática cuando de las actuaciones judiciales se desprenda que la denuncia hecha a los policías fue cursada con mala fe. ¿Es casualidad que se absuelva al 99.9 % de acusados? Desde luego que no.

Y como suele pasar cada vez que un episodio de éstos sale a la luz pública, aparecen los espabilados de turno, quienes, motu proprio o como estrategia diseñada por sus abogados, aprovechan que el Pisuerga pasa por Alar del Rey (no sólo pasa por Valladolid) para denunciar a los mismos policías que lo han detenido, a ver si así se siembra duda suficiente en el Juzgado como para que los absuelvan de las fechorías que motivaron su detención.

Y al hilo de eso, leo esta mañana en un periódico que el cantante de la Cabra Mecánica, un tal Lichis, ha denunciado a cuatro policías que –según su versión- lo agredieron cuando él estaba cargando tranquilamente unos bultos en su coche, momento en que llegó un agente, le pidió la documentación y la emprendió a golpes con él, acción a la que se sumaron otros tres policías que le dieron –siempre según el Lichis- la del pulpo y lo detuvieron.

A media mañana aparece el tal Lichis en un programa en directo de la televisión pública catalana y explica cómo él estaba tan tranquilo en un bar –ahora ya no hay ni coche ni bultos- y cómo al salir es abordado por cuatro policías que le golpean y lo arrestan por las buenas. Muestra un morado en la panza y relata cuán crueles fueron los policías que la tomaron con él porque sí, y cómo además le proporcionaron otros sabios y precisos golpes en zonas en las que –según él- no se deja huella al más puro estilo de la Gestapo. A la pregunta hecha por el periodista de cómo era posible que no constara en el parte de lesiones extendido a su nombre -es práctica habitual de todos los cuerpos de policía llevar al hospital a todo detenido antes de ingresarlo en los calabozos- lesión alguna, ni siquiera tamaño morado, el Lichis manifiesta que los agentes le obligaron a firmar el parte de lesiones a la fuerza. Y a uno se le ocurre preguntarle al Lichis ¿Y al médico también lo obligaron a firmar el parte? ¿O es que acaso existe una conspiración médico-policial para dar palizas a los detenidos impunemente? Vamos, hombre, que estamos en España y en el año 2007.

Al concluir su entrevista, hacen lo propio con el responsable político del cuerpo policial, quien lamenta lo ocurrido y sin mojarse en exceso defiende discretamente a los policías, manifestando que, por los informes que él tiene, la detención vino motivada por una presunta agresión que el cantante infirió a uno de los policías, lesiones que -éstas sí- constan en un informe médico, añadiendo que será el Juzgado –el tema se haya sub iudice- quien dirimirá verdades y mentiras de unos y otros.

Y cuando se queda uno de la misma forma que cuando lee una misma noticia en El Mundo y en El País, que parece mentira que los dos diarios relaten de forma tan distinta un mismo hecho, aparece en el programa un nuevo personaje en escena: un camarero del local donde el Lichis había protagonizado una serie de incidentes poco antes de su detención y que relata su versión de los hechos:

El Lichis llega al local muy alegre, celebra –y así se lo hace saber a gritos a la concurrencia- su 38 aniversario y se pide otra consumición alcohólica. Parece querer contagiar su felicidad y alegría a dos jovencitas que también se encuentran en el local. Tanto empeño pone el hombre y tan cariñoso se muestra que otros clientes han de llamarle la atención, incluso el camarero ha de rogarle “deja en paz a las chicas, que las dos tienen novio”, hecho lo cual el cantante se altera y responde al camarero lo que es tan típico en estos casos: “eso no me lo dices en la calle” y monta en cólera insultando a diestro y siniestro, por lo que en vista de lo agresivo y lo borde lo ponen de patitas en la calle. En la ídem sigue el hombre a empujones porque quiere volver a entrar. Casualmente se encuentran en el lugar dos patrullas policiales que acaban de intervenir en una pelea –vaya nochecita la de los pobres polis- que se mantienen en el lugar para que los ánimos no se vuelvan a exaltar, y que, al observar lo pendenciero del Lichis, que arremete insistentemente contra el camarero, intentan apartarlo a la vez que le solicitan la documentación, que no entrega, abalanzándose al cuello de un policía al que, además, propina un golpe en la cabeza. Obviamente se lo llevan detenido entre amenazas del de la Cabra Mecánica de las del tipo “tú no sabes quién soy yo” y “os voy a meter una denuncia que os vais a enterar”, la mar de típico y de tópico entre pendencieros con más copas de la cuenta.

Pobrecito el Lichis, ¿no? Tan buen chico y tan cabal como se mostraba minutos antes en la entrevista, que parecía no haber roto un plato en su vida, y ha quedado en evidencia delante de toda la audiencia. Quizás tuvo más suerte el Lichis de la que él cree. Los novios de jovencitas no suelen estar sujetos –como sí lo están los polis- a códigos legales y deontológicos que regulen sus intervenciones, y suelen tener muy malas pulgas cuando se meten con sus novias.

De esta forma uno comprueba y aplaude cómo todavía existen personas que no temen ponerse del lado de la verdad, incluso cuando ésta esté del lado de la policía, porque infinitamente más fácil le hubiese resultado al camarero mantenerse al margen y dejar que la opinión pública, como en el caso del vídeo, renegara de su policía y diese por verdadera la versión del detenido, que de todos es sabido que la policía ha de ayudarnos a solucionar nuestros problemas, pero los suyos que se los solucionen ellos mismos, o si no que hubiesen elegido otra profesión menos complicada que al fin y al cabo ellos solitos se lo han buscado.

En cualquier caso, mis queridos reincidentes, cuando ustedes necesiten a la policía no duden en llamarles, que jamás les preguntarán si es usted de los que creyó al Lichis. Esa es la suerte que tenemos todos.


1 comentario:

  1. LÁSTIMA QUE NO HAYA MÁS GENTE COMO ESTE TAL MIGUEL MARTINEZ....

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