Ya ha sido publicada la LEY 7/2007, de 12 de abril, del Estatuto Básico del Empleado Público, cuya lectura es muy aconsejable.
Esta nueva ley deroga practicamente Ley de Funcionarios Civiles del Estado y deroga bastante de lo dispuesto en la ley 30/84, afectando también a la Ley reguladora de las bases del Régimen Local y su RDL.
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ESTATUTO BÁSICO DEL EMPLEADO PÚBLICO
Esta nueva ley deroga practicamente Ley de Funcionarios Civiles del Estado y deroga bastante de lo dispuesto en la ley 30/84, afectando también a la Ley reguladora de las bases del Régimen Local y su RDL.
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¿QUE ES UN ABOGADO?
ResponderEliminarTodos sabemos que para triunfar es necesario encontrar placer en los sinsabores del oficio escogido. Lo más difícil de explicar es en qué consiste el oficio abogacial. Dice así Ossorio y Gallardo:
“Urge reivindicar el concepto de abogado. Tal cual hoy se entiende, los que en verdad lo son, participan de honores que no les corresponden y de vergüenzas que no les afectan.
“En España todo el mundo es abogado, mientras no se pruebe lo contrario. Así queda expresado el teorema que Pío Baroja, por boca de uno de sus personajes, condena en estos otros términos: “Ya que no vives para nada útil, estudia para abogado.”
“Hay que acabar con el equivoco al cual la calidad de abogado ha venido a ser algo tan difuso, tan ambiguo, tan irresistible, como la de periodista o el distinguido deportista.
La abogacía no es una consagración académica, sino una recolección profesional. El titulo universitario no es de “abogado”, sino de licenciado en derecho para poder ejercer la profesión de abogado. Basta, pues, saber que quien no dedique su vida a dar consejos jurídicos y pedir justicia en los tribunales, será todo lo licenciado que quiera, pero abogado, no.
Para ser abogado se necesita un temperamento especial. G. Arcoleo decía de sí mismo:
-Dejé de ejercer de abogado porque en mí se desarrollaba un desdoblamiento: mientras hablaba para conmover, el otro yo surgía para reír.
Claro está que con un temperamento así más vale dejarlo correr y dedicarse a otra cosa.
Un ejemplo lo tenemos en A. Briand que cuenta porque renuncio al ejercicio de la abogacía.
Este debía de defender a un indecente individuo acusado de haber asesinado a una pobre vieja para robarla. Existían todos los agravantes; nocturnidad, alevosía, desprecio de sexo, etc. Las apariencias eran acusadoras, pero el hombre le había convencido de su inocencia y se preparó para defenderle a toda costa. Este era joven y mientras desfilan los testigos, uno de ellos afirma que, pasando a medianoche cerca de la casa en que vivía la vieja, había oído un grito. Y he aquí que el acusado le dice a su abogado en voz baja y con amarga indignación: “Que mentiroso… la vieja no dijo ni mu.
“Sentí un escalofrió –decía Briand-. No quiero recordar ni si fue absuelto mi cliente, lo único que sé es que tuve bastante con aquello y dejé la carrera.
El número de conocimientos necesarios para ejercer la profesión de abogado se hace cada día más considerable. Basta recordar los que pedían nuestros antepasados, muy exigentes en la materia.
El abogado Camus nos ha dejado, en sus cartas sobre la profesión de abogado, la relación de los estudios considerados por él como imprescindible para formar un abogado digno de este nombre.
Es preciso adquirir omnium rerum magnarum atque artium scientiam, la ciencia de todas las grandes cosas y de todas las artes.
Para precisar este programa algo extenso Camus enumera los conocimientos más necesarios a su entender; estos son: “las humanidades, la literatura, la historia, el derecho y la política.”
En derecho es necesario conocer a fondo el derecho natural, el derecho público, el romano, el canónico, el mercantil, el penal, el eclesiástico, el civil y, por último, las ordenanzas reales, las costumbres y la jurisprudencia.
Un abogado no debe ignorar tampoco los secretos de la economía social, ni de la política.
En fin, cuando se ha iniciado de una manera completa en las bellezas misteriosas del procedimiento práctico, puede pensar en pedir su admisión como pasante, y tomar parte en las conferencias. Todo eso lo dice un autor del siglo XIX.
(Historias de la historia, Carlos Fisas, 1983)